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Preguntas y posibilidades: Un año después de Pulse

by Rev . J. Manny Santiago

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Hace un año atrás, nuestras comunidades fueron estremecidas por la noticia de la masacre de 49 personas en una discoteca gay en Orlando, Florida. Este acto de violencia desacralizó uno de los santuarios más importantes de la comunidad LGBTQ+.

Es en la discoteca donde nuestra comunidad se siente segura, protegida, amada y cuidada. 

Cuando muchas de nuestras propias familias y comunidades de fe nos rechazan, es la discoteca y su gente la que continuamente se convierten en el lugar y la compañía para en el camino hacia la completa sanación. Esta es una de las razones por las cuales la noticia de que la discoteca Pulse fue atacada por un asaltante solitario afectó tanto a la comunidad.

La masacre en Pulse creó muchas heridas. Algunas de esas heridas se han presentado como preguntas en mi mente. Estas son el tipo de preguntas difíciles de contestar pero necesarias para reflexionar.

Cuando escuché sobre lo acontecido mi primera pregunta fue una obvia, y una que todavía hace eco en mi mente: ¿está mi familia a salvo? Es sabido que existe una comunidad puertorriqueña grande en Orlando y algunas personas de mi familia viven allí. Uno de ellos es un joven gay.

Mi familia pasó todo el día después de la masacre esperando escuchar si mi primo estaba a salvo. 

Cuando finalmente supimos de él, explicó que a pesar de que no visitó la discoteca esa noche, sí tenía amistades allí. El impacto de la noticia fue tal que necesitó un poco de tiempo para poder comunicarse con todo el mundo. Mi primo estaba paralizado por el miedo, la ira y el dolor.

En algún lugar leí la historia de una de las víctimas cuya familia no quiso identificar o recoger su cuerpo. Según las noticias el padre no sabía que su hijo era gay, sino que supo de la orientación sexual de su hijo a través de las noticias.

No sé cuál sea la religión de este padre. Lo que sé es que la religión juega un papel importante en la experiencia de las comunidades latinas. Ya sea el Catolicismo Romano, el Protestantismo, el Evangelicalismo o las muchas formas sincréticas de religión que existen a través de nuestros países de origen, la religión es central en nuestras vidas.

Como ministro, latino y hombre gay, me pregunto si la fe que practica este padre fue la que lo llevó a rechazar el mostrar compasión por su hijo. ¿Cómo puede existir tanto odio en el corazón de una persona, que la misma sea incapaz de sostener en sus brazos el cuerpo inerte de su propio hijo?

Esta es una pregunta para la cual no tengo respuesta. 

Otra pregunta que tengo frecuentemente cuando pienso en la masacre de Pulse es: ¿cuántas víctimas hubo? Escuchamos sobre las 49 personas asesinadas. Hemos dicho sus nombres y recordado sus vidas. Hemos llorado por su perdida y estado de luto por su muerte. Sin embargo, hubo 50 cuerpos en Pulse esa noche.

La compasión es una de los más difíciles ejercicios espirituales en cualquier tradición de fe. Cuando el llamado es mostrar compasión a quienes nos han herido, este ejercicio es mucho más difícil. Frecuentemente me pregunto cómo podemos mostrar compasión hacia el asesino, a su familia y a su comunidad sin necesidad de justificar sus acciones violentas. El mostrar compasión no significa justificar las acciones; significa el reconocer que él también tiene un alma que ha sido atormentada y que necesita liberación también.

Mientras sigo reflexionando sobre estas preguntas y estas heridas, también sigo con la curiosidad de cómo podemos apoyarnos y protegiéndonos mutuamente. Actualmente trabajo en un centro de la comunidad LGBTQ+ y por mi experiencia aquí puedo atestiguar de cuán diversa e interconectada nuestras comunidades son.

La lucha por la liberación de una comunidad es la lucha por la liberación de todas las comunidades. 

Las víctimas de la masacre de Pulse, aunque mayoritariamente puertorriqueñas, también mostraban la diversidad de nuestras comunidades. Había mujeres y hombres, trans y cisgénero, jóvenes y mayores, muchas etnias y razas, muchas orientaciones sexuales e inclusive diferentes religiones. Veo esta diversidad en mi trabajo todos los días y me pregunto: ¿nos estamos solidarizando el uno con las otras?

Un año después de la masacre en Pulse, veo las posibilidades de crear santuarios dondequiera que establecemos comunidad. Imagino un trabajo de solidaridad que es interconectado y radicalmente inclusivo. Sueño con trabajo colaborativo que desmantele los mitos que la comunidad LGBTQ+ ha creado alrededor de nuestras diferentes identidades.

Imagino una comunidad que, aunque herida, no para en la marcha hacia la libertad y la integridad.

Foto de flickr: Maia Weinstock